Se trata
más bien del lento trabajo del tiempo:
materiales
de labranza observados
desde la
perspectiva de un naufragio,
ofrendas
agrícolas a la Virgen, ventisqueros,
socavones,
la herida del paisaje, tan discutible
como el
fantasma de la doncella
en la
memoria popular. ¿O es simplemente
la
abundancia de oxígeno, el corpus esotérico,
astral
de una Bizancio que se refracta
sobre
cristales de nieve? Cierto,
el
temblor de la piedra, llevado al paroxismo,
induce a
pensar en la austeridad del románico,
que es
la conmoción desnuda de lo sobrenatural
sin la
máscara ni los atrezos de la inquietud.
Y sin
embargo, llevamos hora y media de ascenso;
atrás se
quedó la tarde dormida en el agua
dulce
de una fuente; nos medimos como ciegos
con una vara
elástica. Atardeció, amaneció
y volvió
a anochecer al menos doce veces
desde
que nos descalzamos para vadear el arroyo.
Ahora,
rocas sueltas, perfectamente ordenadas
por
volumen y forma, acompañan
nuestra
marcha con sus rumores de intemperie.
Por lo
demás, los pies quedan suspendidos,
trenzados
a las reverberaciones porosas del aire
trémolo/
vibrato
vibrato/ trémolo/ vibrato
y la
supremacía del cielo se advierte en la tensión
de las
cuerdas vocales. Caminamos en caravana,
cada vez
más encorvados; vamos pasando y pasando;
nos
achaparramos, y al mismo tiempo nos vienen
ganas de
cantar, ganas de emitir algún graznido,
alguna
señal perceptible sólo para los elementos
que nos
rodean, el cóncavo lenguaje
de la
altitud: grietas, hoyos, aristas, la celeridad
irrefutable
de las aves rapaces, todas las declinaciones
del
relieve, todos los amarillos de la retama
y el
vacío casi absoluto de referencias antropológicas.
¿Esto es
lo que tanto nos sobrecoge? Aquí,
en el
señorío de la más pura verticalidad, el ojo
es un
asceta que huye de la propia mirada;
con
razón, ya que la montaña inhibe cualquier tentativa
de
voyerismo. Pero la figura está ahí, con sus ocres
moteados
de gris y verde. Yo diría que es una chica
de
Hopper asoleándose detrás de un cristal; está ahí,
si extendieras la mano, podrías tocarle la cara.