que baja hasta el río, que baja o
sube
según quien venga de tierra adentro
o
de tierra afuera; calle con aires
de mar
y rumores de oficios extinguidos:
lanero,
calderero, herrero,
alfamerero,
imaginero, poeta.
¿Calle platónica, ideal para “aceptar
la infinitud del instante”? –como
dijo
el gran Rainer María–. En todo
caso,
aquí es donde la infinitud se nos
desnudó
una noche, frente a un portal en
ruinas,
para mostrarnos, como quien
tiembla
en sueños, toda esa abundancia del
animal
herido; como quien tiembla o vela
en una pensión de la que nunca,
nunca
se
ha visto entrar ni salir a nadie.
Ahora esta calle, que arroja
falsos relumbros
de puerto, y tiene silencios milenarios
adheridos a la piel, con sus
pasos de luto
se repite en mí, con sus piedras
que sangran
y sus geranios brillando aún en
las ventanas,
se repite hasta olvidarse: acepta
mi sombra.